«Ya está demostrado por empresas muy relevantes, que las compañías que integran el impacto dentro de su modelo de negocio y cadena de valor, y toman decisiones bajo el trinomio retorno-riesgo-impacto tienen también unos resultados económicos superiores».
¿Qué trayectoria profesional tuviste antes de decidirte por el impacto social a través de la empresa?
Mi trayectoria profesional ha sido muy de libro, aunque pionera en aquel momento. Después de una carrera en dos países, con prácticas en cada uno de ellos, cuando el programa Erasmus no existía, y trabajar dos años, hice un master es EEUU y de ahí a consultoría estratégica de la que salí para montar ING Direct en España. Es verdad, que toda mi trayectoria profesional ha versado alrededor de crear nuevas empresas o proyectos; M&S España, ING Direct, World Vision España, Baobab.org, Fundación Microfinanzas BBVA.
¿Qué fue lo que te impulsó a cambiar de rumbo?
Llegó un momento que me planteé que en vez de vender cuantas Naranja en ING Direct, quería hacer algo que utilizara mis capacidades para contribuir a hacer un mundo más justo y más humano.
En aquel momento, (ya soy mayor), no existía el ecosistema de impacto y tuve que buscar en el tercer sector (ONG), donde todo el mundo me decía que me iba a desesperar. Pero World Vision está gestionada en muchos aspectos de eficiencia, como una empresa y eso ayudó a tomar la decisión. Ahí aprendí todo lo que sé sobre cómo ayudar a paliar la pobreza y las necesidades, sueños, barreras, formas de pensar, .. de los que están en esta situación.
El primer paso, pasar de vender cuentas naranja al apadrinamiento de niños.
¿Cuáles han sido los principales retos o desafíos que has encontrado por el camino?
Cuando empecé el ecosistema de impacto no existía, la máxima de Milton Friedman de que el propósito de la empresa es generar retorno para el accionista, era la que gobernaba las decisiones empresariales; la inversión de impacto era una pura anécdota y yo me encontraba, como muchos otros, predicando en el desierto en un idioma desconocido. Por eso para mí, habiendo vivido esta trayectoria, las cosas han cambiado muchísimo.
¿Cómo ves el futuro de las empresas de impacto social en la economía global?
Las empresas que no tengan un impacto social y medioambiental positivo no van a tener licencia para operar en la sociedad. Y no lo digo yo sola. Estamos viendo un cambio constante en las prioridades de los clientes, que aunque muchas veces son parciales o incongruentes, tienen muy claras ciertas elecciones. La inversión de impacto no deja de crecer, y aunque ahora está en muchos casos enmascarada por el ESG, los avances que se han hecho son muy relevantes y cada vez va a ser más difícil obtener inversión si no tienes impacto positivo.
La regulación, especialmente la europea, también está penalizando prácticas incongruentes con el impacto. Es un camino sistémico de no retorno donde los incentivos y el ecosistema se están alineando para que las empresas sean de impacto o no sean. Además está ya demostrado por empresas muy relevantes que las empresas que integran estos principios dentro de su modelo de negocio y cadena de valor, y toman decisiones bajo el trinomio retorno-riesgo-impacto tienen también unos resultados económicos superiores.
Como dijo Ban Ki-Moon, “el camino es arduo, pero el futuro es brillante”. Aunque también pienso que cada vez hay menos obstáculos en el camino y sabemos más de cómo hacer esta transición. La coyuntura tiene que acompañar y eso es lo que nos impide ir más rápido en este momento.
María López Escorial es consultora independiente especializada en innovación social, principalmente el desarrollo de soluciones empresariales para combatir la pobreza, emprendimiento social y negocios inclusivos. Ha trabajado en 3 continentes (Europa, EEUU y Australia) y realizado trabajo de campo en múltiples países, entre otros; Perú, Colombia, Chile, Argentina, Panamá, Bolivia, Filipinas, Mali y Ghana. Desde 2002 hasta la actualidad es también docente en el IE Business School.